Cuando piensa en contaminación relacionada con factores químicos, enseguida nos viene a la cabeza una chimenea industrial emitiendo humo a la atmósfera.
Hay imágenes viejas que muestran muy bien cómo se dividía la ciudad entre una zona urbana residencial y otra donde predominaban las chimeneas de las industrias.
Era evidente que sus dueños habían intentado darles un aspecto lo más muggle posible, aunque habían cometido errores al añadir chimeneas, timbres para llamar a la puerta o veletas.
El día de ayer tomé un túnel antiguo, uno que no había sido utilizado en décadas, y llegué hasta aquí, directamente a su chimenea, pero olvidé cerrar la puerta.
Con el estómago lleno y satisfecho, Ricitos de Oro buscó algún lugar para sentarse. Ella vio tres sillas junto a la chimenea. Primero, ella se sentó en la silla de Papá Oso.
Pero éste era nuevo, y tenía dos chimeneas en vez de una con la bandera pintada como un brazal, y la rueda de tablones de la popa le daba un ímpetu de barco de mar.
El lobo sopló y sopló, pero esta vez no logró derrumbar la casa, así que se puso a dar vueltas hasta que se le ocurrió trepar hasta el tejado para colarse por la chimenea.
Desde allí tal vez podría encontrar un camino que trepase hasta el precipicio que estaba debajo de la nieve; y, si aquella chimenea le fallaba, entonces otra que había más hacia el este podría servirle mejor para sus propósitos.
Pero el cerdito mayor, que por una rendija había visto las intenciones del lobo, colocó una olla con agua hirviendo en la chimenea, y cuando el lobo bajó por el interior, se cayó sobre el agua hirviendo y se quemó.
De los ojales con sueño salían los botones produciendo leve ruido de flor cortada, caían los zapatos con estrépito de anclas y se desplegaban las medias de la piel, como se va despegando el humo de las chimeneas.